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Tiró los dados

Publicado: 2009-07-30

Tiró los dados

 

Tiró los dados y leyó: retroceder 8 casilleros. Torció la boca y acató la orden de inmediato. No quería demostrar su desazón,  aunque el movimiento fue corto, seco y dormido a la vez.

 

-No gracias, me dijo. Mejor hubiera sido que no me contestara o que me gritara, mejor hubiera sido que me dijera que nunca más lo llamara o que nunca más lo tocara;  pero me dijo solamente: no gracias.

-no te lo tomes tan en serio.

 

No entendía porque tenía que retroceder 8 casilleros, ahora que todo estaba avanzando, cuando se sentía más afianzada, más segura, más contenta.

Caminaba por el malecón, la mandíbula dura, sus orejas punteagudas, su piel pesada. El sudor aprisionado debajo de sus membranas empujaba con violencia sus tejidos y parecía querer reventar sus poros.   Tal vez por eso notaba su aura gris,  pero no lograba llover.

 

-Me habló como si no me conociera, no hubo ni una pizca de entusiasmo en su voz al pronunciar mi nombre. No entiendo porqué, la última vez que nos vimos parecía que todo había vuelto a estar bien.

-Tú no puedes manejar ese tipo de situaciones, se ve que él no quiere algo serio….

-Sí quiere algo serio, yo lo intuyo.

-Entonces espérate, no lo vuelvas a llamar.

 

 

Se sentía mareada pero siguió caminando. A ver si de esa manera lograba sudar y descomprimir sus venas. Felizmente llevaba un impermeable negro enorme, así la gente no podía ver su piel verde grisácea.  El  chirrido en el oído aumentaba la presión de sus vasos que se seguían dibujando y expandiendo con urgencia al interior de su cuerpo.

Hubiese querido estallar  pero no podía.

 Buscó su celular para volver a llamar a su hermana, pero ya no estaba en el bolsillo derecho de su casaca, ni en el izquierdo y pequeñito de arriba, tampoco en su carterita que llevaba colgando… corrió con toda su alma hacia atrás, re-hizo sus pasos  pero no lo encontró, había desparecido, no sabía cómo.

 

No podía creerlo, ella quería seguir avanzando hacia su casa nueva, sus nuevos deseos; pero no hacía sino perder todo en el camino.

Tuvo que comprarse otro teléfono, uno más barato, porque con todos los gastos de la mudanza ya no le alcanzaba para más. Se demoró un par de semanas en aprender las nuevas funciones y aceptar que había bajado de nivel. Por lo menos 4 casilleros.

 

-No sé cómo se me extravió, estaba muy aturdida, muy preocupada, muy nerviosa con tantos cambios.

-No puedo creer que otra vez lo perdiste…

 

El mapa venoso continuaba encendido pero no daba ninguna pista clara de hacia dónde seguir. Ella miraba hacia atrás, rehacía cada escena vivida, una por una, detalle por detalle, volvía a contar los pasos, miraba las diferentes direcciones, pero no lograba encontrar nada: ni las llaves, ni el sobrecito amarillo del mes, ni el celular, ni su ropa para la grabación, ni las fichas de sus cursos, ni sus pastillas para el dolor, ni su bolsa de agua caliente, ni su jabón.

 

 

 Se dedicó a arreglar su casa nueva. Había mucho por hacer: mucho por reparar, ordenar, pintar. Tuberías viejas, cañerías obstruidas, rejas oxidadas, ventanas destartaladas, pisos sucios, iluminación insuficiente y una extraña sensación de frío, cuyo origen no llegaba a detectar.

Dos semanas también duró este proceso largo, extenuante. El tono verde de su piel permanecía y  contrastaba bonito con el morado de sus ojeras.

De cuando en cuando se detenía a mirar el mapa para tratar de recordar hacia dónde iba, qué buscaba antes de conocerlo.

 

-No sé qué me pasó,  pude habérselo dicho de otra manera  pero en vez de eso, pateé el tablero.

-es un juego, no lo entiendes?, tienes que escoger mejor tus estrategias.

-No descifro las reglas…..

- sólo tienes que divertirte

-No sé para dónde voy….

-así es el juego

-Y si me pierdo?

-nunca te ha gustado perder tal vez por eso nunca has terminado un juego.

 

Soñaba con vivir frente al mar. Casi lo había conseguido, ahora vivía al costado, a 30 metros, ubicadísimo, como decía el anuncio del periódico.

Se sentía extraña: dormía poco, cada nuevo sonido la despertaba.   Además el frío aumentaba por las noches: se colaba entre sus sábanas, se trepaba por sus piernas y alcanzaba hasta sus huesos.

Su casa estaba todos los días llena de gente que no conocía y que no comprendía. Cada uno de ellos parecía hablar una lengua distinta: el carpintero, el gasfitero, el electricista. Cuando por fin llegaba a aprender algo de su idioma, el trabajo se había terminado. Tenía la impresión de estar viviendo relaciones muy cortas, pasajeras.  

No sabía por qué pero en vez de caminar, flotaba. Tal vez era la falta de sueño, el exceso de trabajo y de responsabilidades que cumplir para lograr sus nuevas metas, los gastos extras que la tenían preocupada o la cantidad de cambios que sentía estaban ocurriendo al mismo tiempo en su vida.

 

 

Por fin un día la casa se vació, ya no había nadie. Sólo ella y su perrito que también andaba muy confundido en todo este proceso.

Buscó el mapa y constató que las líneas se estaban desdibujando. Miró su casa que aún no le gustaba, y  comprobó cuánto había por cambiar: los muebles, las cortinas antiguas, las lámparas, los cuadros, todo lo que había traído del lugar anterior ya no encajaba en la nueva casita llena de polvo.

 

Se sintió perdida.

 

 

Ella no quería retroceder 8 casilleros,  no quería detenerse, sentía que no podía detenerse, ella quería seguir avanzando; pero sentada frente a la computadora de pronto se sintió agotada, rendida, a pesar de que había tomado todas sus vitaminas. Sintió que había llegado a su último soplo, no hilaba las palabras, no podía vislumbrar nada.

 

Una punzada en el vientre, los ojos se le llenaron de lágrimas y se dio cuenta de que estaba triste.

No sabía si extrañaba su casa anterior, si estaba solamente cansada o si le dolía algo, además del vientre.

Tuvo una última imagen y se visualizó cayendo por el interior de una especie de hueco negro, en un descenso de metros y metros.

 

Se echó en su cama y sintió la casa fría, enorme, demasiado grande para ella sola, la adrenalina y la vitalidad perdidas, la comunicación abandonada y la ilusión destruida.

Ya no necesitaba fingir que todo estaba bien, porque ya no había nada.  Sólo sus órganos pesados,  su corazón y sus pulmones enormes.  

-Me dio miedo- se susurró al oído.

Por fin pudo mirar el mar desde su ventana y en ese momento comenzó a llover.

 

 


Escrito por

Karine Aguirre- Morales

Bailarina, coreógrafa y educadora somática Bachiller en Psicología (PUCP), Licenciada en Danza (PUCP) Coordinadora Esferokinesis PERÚ


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