venus
VENUS
Cuando decidí empezar a trabajar con madres gestantes, no tenía la conciencia de todo lo que esta experiencia podría regalarme. No fue un acto impulsivo, respondió a muchas reflexiones acerca de cómo podía integrar mis conocimientos de movimiento en una labor que me hiciera sentir cómoda y en dónde pudiese jugar con mis habilidades: la escucha, la contención, la conexión con las sensaciones y poder mediante la atención al cuerpo recuperar la gracia que la vida y obligaciones urbanas y cotidianas nos quita día a día.
Hace poco experimenté nuevamente la reconfortante sensación de ver a una madre lista para recibir a su hijo, para dejarlo salir de su cuerpo con confianza y temple.
Es un momento muy bonito, sabes que va a llegar pero igualmente te sorprende cuando sucede.
Durante 3 meses pude ver a Cecilia viajar a través de su cuerpo, reconocerlo poco a poco, desde sus huesos, músculos, órganos, acompañar y acariciar a su bebe en su crecimiento.
Hace unos días la contemplaba mientras ella evocaba cómo llegó pensando que el nacimiento de su hijo sería por cesárea y cómo tomó la decisión personal de lanzarse a la aventura de un parto natural, desde el deseo y no desde el temor; con la ayuda y complicidad de su esposo y médico.
Mientras la escuchaba hablar la vi grande, madura, sensible y poderosa, como una diosa.
Hoy en día en que la mujer ha ganado tantos espacios en la sociedad, me pregunto a veces cuál es el lugar de la femineidad, en qué tiempos se da esa conexión estrictamente femenina que tiene que ver con la escucha leal al propio cuerpo-ser, a sus cambios, a toda esa memoria y sabiduría anterior que está contenida en él.
Cómo aceptar la voluptuosidad, la grandeza al interior del cuerpo en una sociedad que tiende a idealizar la imagen de la mujer como una figura “perfecta”, esto es, cuasi inmóvil a través del tiempo: siempre delgada, siempre joven, siempre sexy, lista para mostrarse en una vitrina.
O cómo integrar la necesidad de ser una mujer empresaria, exitosa, eficiente y combativa en medio de un proceso de transformación y de conexión profunda con el amor, las sensaciones, la fragilidad y el cambio.
Constato en mi acompañamiento a las madres gestantes que la maternidad las enfrenta a un encuentro crucial consigo mismas: una revisión de su lugar como mujer en su propia estructura familiar, social e imaginaria.
Cada mujer con su propia historia atraviesa ese proceso y esta dificultad de reconocerse en este estado de transformación auténtico y poderoso de su naturaleza, que choca con estructuras sociales poco flexibles y poco femeninas.
Y es que la condición de dar vida sobre-pasa cualquier visión fragmentada de la mujer como elemento estético-estático. También resulta limitada la voluntad de querer igualar al hombre en los espacios sociales, políticos, económicos o laborales.
Igualar sería de alguna manera renunciar a su propia belleza, a su alma tejedora y contenedora, a su capacidad de dar vida, de crear, de fluir, de intuir.
Como las piedras que se van redondeando día a día en contacto con las olas, las madres en contacto con su cuerpo van permitiendo el movimiento al interior de ellas, dando lugar a los cambios. De la misma manera intuyo la posibilidad de devolverle femineidad a nuestras estructuras sociales que en ocasiones aprietan e impiden un desarrollo pleno de la mujer .
Volver a admirar la voluptuosidad, la fertilidad, la condición mágica de dar vida, la capacidad inherente de amar es fundamental para poder integrarnos en una sociedad cuyos valores tienden a alejar a las personas de su propia esencia como individuos.
Al trabajar con madres gestantes tengo la suerte de restaurar día a día la imagen de la mujer en mí misma abandonando progresivamente a la mujer fraccionada que me habita y dando paso a la mujer maga inmensa, creativa, tejedora y amorosa.