Sentarse, alinear la columna y atender a la respiración como una ola que sube y baja por mi cuerpo son algunas premisas que nos acercan a la meditación.

Sin embargo, a menudo mis alumnos me comentan que

se les hace difícil meditar porque no logran concentrarse en la respiración por la cantidad de pensamientos que emergen en su mente.

En realidad ya están meditando, les explico. No se trata de tener la mente en blanco o que no aparezca ningún pensamiento en ella. Más bien diría que se trata de atravesar todos estos pensamientos sin ningún otro fin más que el de estar presente, sintiendo como la respiración se expande, se mueve, ocupa y libera mi cuerpo.

La metáfora de mis pensamientos e imágenes, como una película que veo delante de mí ayuda a aclarar un poco la práctica de la meditación. Veo todo lo que surge en mi mente y mi rol es el de no juzgar, no reprimir, sino mirar como desfilan delante de mí. Tampoco me regodeo en algún discernimiento que considero crucial de resolver en este momento.

Solamente miro y dejo pasar. Desde mi cuerpo presente y consciente aprendo a confiar.

Las olas se llevarán lo accesorio, y me dejarán en la orilla los caracoles, las piedras, los nácares y demás tesoros del océano que me corresponden.